De excusas, trolls y psicópatas

Esta semana, Sergio Berni pasó de ser Rambo a Mojarrita. De repente, el periodismo argentino comprendió que no se consigue la seguridad bajando de un helicóptero con cara de pocos amigos. Por unos 15 minutos, el ministro de Inseguridad de la Provincia de Buenos Aires intuyó que la gente se había podrido de su chamuyo. El relato caía como trompada. El prometido asadito seguía sin aparecer pero a Berni le traían los bifes. El golpe o los golpes contra la realidad duraron un santiamén. La Policía de la Ciudad rescató al showman de los colectiveros peronistas en La Matanza con un paredón que rezaba por Cristina 2023. No fue Magia.

Pero apareció la condenada Cristina y ordenó la tropa con un llamado a su ahijado político. Axel Kicillof apareció con los serviles conductores de C5N acusando a Patricia Bullrich, a Millman y a los copitos. Sin ponerse colorado, el gobernador que no gobierna, esbozó una teoría conspiranoide que asustaría a los terraplanistas. Ya Berni se había arrepentido de todo: Pasó de afirmar que no denunciaría a los colectiveros a denunciarlos, de defender a los uniformados a encanar a la Policía de Larreta y el flamante Burzaco, de agradecer a asegurar que había sido secuestrado. Berni desmentía hasta el zócalo de C5N: «A Berni lo rescató la Policía de CABA«. De lo único que no se arrepintió fue de haber ido. ¿A qué fue? El show casi le cuesta su vida y la de los agentes policiales que trataban de salvarlo. 
 

Miserables.
 
Brancatelli encontró infiltrados entre los camioneros, los trolls K difundieron la imagen de un colectivero de spot de Bullrich con colectivero Tyson (el  parecido aun lo estamos buscando…) Usuarios anónimos K generaron una noticia que después reprodujeron funcionarios y ministros. Hasta Albertitere se hubiese sumado si dejaba de cantar: «Hoy es un día Perfecto». 
 
El kirchnerismo tiene la extraña facilidad de instalar agenda. La oposición, sistemáticamente, entra en el juego y le contesta a los millonarios operadores del relato K: Los mismos de siempre. Nadie se acordaba de mandarle un saludo a la familia del colectivero asesinado. Ni un pésame.
 
La obsesión por la muerte que tiene el kirchnerismo debería ser estudiada en el diván. Cuando la víctima es asesinada durante el gobierno no peronista, se trata de una dictadura que hay que combatir como sea. El muerte se convierte en un símbolo y es utilizado para beneficio propio como hicieron con Santiago Maldonado. 
 
En cambio, si el muerto es un militante que denuncia las políticas del gobierno kirchnerista, como Mariano Ferreyra o el fiscal Alberto Nisman, la víctima son los posibles victimarios. «La bala que mató a Ferreyra rozó el corazón de Néstor» dijo en cadena nacional CFK mientras sus funcionarios repetían como loritos : «Nos tiraron un muerto».
 
La historia se repite otra que estas líneas finales las escribí años atrás en «Erase una vez en Argentina».

El relato K ya no convence a nadie pero aún es aplaudido por un porcentaje de la población que se fanatiza por la condenada líder de la secta.

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