Desde el discurso de Javier Milei en Parque Lezama se abrió una fuerte discusión sobre el periodismo en nuestro país y su rol como controlador.
La campaña del miedo, ese extorsivo recurso de los conservadores, no funcionó del todo porque compitió con eficacia contra el voto aspiracional que se encarnó en Macri. Que andando el tiempo, Macri no defraude esas esperanzas, es otro cantar.
El voto aspiracional está situado geográficamente en la zona más rica y diversificada del país, que es la Pampa Húmeda más CABA.
El sur, con sus recursos petroleros, es una economía necesariamente regulada porque vende un commodity regulado a nivel mundial. De esa enfermedad holandesa no nació Holanda en El Calafate, omo es sabido. La excepción es la compleja Mendoza, situada más bien en Cuyo aunque su economía esté también en parte fundada en el petróleo, pero que a diferencia de Salta o San Juan con la minería, logró establecer una economía de las más desarrolladas del país aún desde sus desafavorables condiciones iniciales .
Esta geolocalización del voto que posibilitó el triunfo de Macri tiene un claro componente de clase pero prevalece el componente aspiracional.
Entre las personas de la cultura en todo el mundo, están de moda las series nórdicas, tanto en el cine como en la literatura, del género negro.
Aunque la literatura policial se divide esquemáticamente en dos vertientes, la novela de misterio y la novela negra, las series negras nórdicas tienen, en mí y supongo que en otros también, el mismo efecto que las novelas de Agatha Christie. Es un efecto aspiracional. Un descanso establecido en la esperanza de una otredad posible aunque lejana.
El calificativo de Novela de Evasión fue utilizado peyorativamente por la industria editorial a principios del siglo pasado, pero sus premisas pueden ser válidas aún en tramas complejas, bien escritas y con valores profundos.
L a novela negra buscaba mostrar la podredumbre intrínseca del sistema penal como regulatorio de la vida en sociedad. La novela de misterio, rebajada a precio de saldo por la cultura superior, tenía de entrada un contrato con el lector. Todo se resolvería conforme a derecho. Incluso, por una vía u otra, sin sinuosidades estaba clara la culpabilidad final del asesino, que a menudo, como resabio de la verdad medieval, confesaba. La confesión como punto culmine de la verdad es una herencia vergonzante de la cultura medieval, que hoy es sabido incluía la tortura para confesar cualquier cosa que uno haya o no hecho.
Hay algo muy curioso en las pocas actas de esos juicios medievales. Confesiones arrancadas sin torturas, nacidas de la propia voluntad del supuesto criminal. Abundaban, eh.
Se presentaba una mujer y declaraba estar poseída por los demonios.
Probablemente esa mujer necesitaba medicación anti psicótica, pero no existía y la mayoría de la población creía en esas tonterías de brujas cachavachas y demonios malditos que le servían a los reyes para dominar y a los curas para prolongar su eterna vagancia, actitud que comprendo dado que tampoco existía aún el periodismo, que como los curas medievales, es la vagancia rentada. Por suerte, sino yo tendría medicamentos anti psicóticos.
En las novelas de misterio el mundo burgués de la campiña y la gente bien había, como un rayo sobre un cielo sereno diría Marx, un percance menor. Un asesinato. Oh… ! Recórcholis, han matado al Lord inglés…
Con la menor violencia posible, probablemente entre las 5 y 3 minutos de la tarde y las 5 y 7 minutos de la tarde mientras a la sombra de la chimenea degustaban un té traído por una abnegada sirvienta de cofia y virginidad sin manchas ni roturas, ni en la cofia ni en el himen.
Tras ese percance menor –un asesinato- se resolvía el misterio y todo volvía a la normalidad. Sin policías corruptos, dudas entre el bien y el mal, callejones sin salida y desgarros sin destino.
Las series nórdicas surten el mismo efecto tranquilizador. La policía no es la bonaerense, los detectives no son patovicas por horas extras en un boliche de pendejos caretas, los muertos importan y los paisajes agresivos reemplazan la violencia cotidiana de nuestro cambalache social de brutal desigualdad.
El voto aspiracional no se ve reflejado en quién vota ni pretende, en la argentina de las ilusiones frágiles, ser como quien vota. Pretende ser tratado con respeto, sentir que la autoridad tiene voluntad de ocuparse de los problemas, achicar la escalada de criminalidad y poder, siquiera poder, volver a tener esperanzas basadas casi siempre en un pasado idílico que nunca fue así.
El pasado idílico, transfiguración del futuro prometido, el kirchnerismo lo ponía en las utopías truncadas por la sangrienta dictadura militar. El pasado idílico el macrismo lo situa en un Frondizi para principiantes, un Frondizi. Y en la generación de Roca, la del primer Centenerio. La patria del gaucho, el milico y el cura, la santísima trinidad ordenadora del horizonte nacional que el mantra de los conservadores aborígenes.
Esa calma remota, esa sensación de seguridad a crédito, es el voto aspiracional macrista. Su devenir, en los papeles, es el país normal. La condensación de un montón de sentimientos no siempre correctos sobre la anormalidad de la Argentina y la excepcionalidad del kirchnerismo. Excepcionalidad discutible. Nace de una confusión en relación al menemismo, que fue la verdadera excepcionalidad en nuestra historia. El kirchnerismo es la normalidad después de la traumática Alianza, es el peronismo clásico, aún en sus últimos años de cachivache, Cristina Fernández no dejaba de tener ecos de Isabel Perón.
Ese voto aspiracional neutralizó la campaña del miedo del descolorido Scioli.
Si Macri o Cambiemos logra organizar esta densidad difusa en un relato que le otorgue sentido a sus acciones, prometiendo un rumbo y si las acciones de gobierno tienen correlación en la vida cotidiana de su base electoral, se verá con el tiempo. Si aún saliéndole bien las cosas eso le sirve a su base electoral o al país, es otro cantar y faltará más a tiempo aún para saberlo.
Pero los gobernantes a menudo no saben por qué ganador o hacen diagnósticos equivocados. Cristina Kirchner es el mejor ejemplo.
La crisis autoinflingida por el supuesto escape cinematográfico del denunciante de Aníbal Fernández en el programa de Lanata, Martín Lanatta, tiene un hilo conector con el desalojo autoritario e ilegal del AFSCA del funcionario más inútil del gobierno de Cristina, que coleccionaba inútiles. Es la creencia de que la gente vota por las tonterías que se digan en la televisión.
Cristina Kirchner creía eso, así arruinó su carrera política, su legado y su gobierno.
La gente no es tan superficial, tan tonta e inmediatista. Cristaliza complejos análisis en imágenes contundentes, claro está. Pero son emociones, pensamientos y vivires previos y forjados de manera errática y paciente por la máquina destructora y creadora que regula la Historia.
Del mismo modo que una mayonesa se vende mejor si hay una modelo flaca y radiante al lado, la gente compra mayonesa, no es boluda, sabe que no está comprando los genes de esa minita. Y si la mayonesa es fea no la vuelve a comprar porque la mina es linda.
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